Samoa: El paraíso de lo humano

Estaba en una de mis semanas más sensibles desde que llegué a Nueva Zelanda, todo estaba pasando de una manera muy intensa, trabajos nuevos, gente nueva, me había convertido en una chica de ciudad cuando pensé que iba a ser una simple backpacker con la mochila al hombro y las uñas rotas. 

Necesitaba respirar un poco, estar sola, disfruto estar sola pero no es algo que tuve el tiempo de hacer en los últimos 2 meses. Entre mis dos trabajos de ese momento que terminaba esa misma semana y mi nuevo trabajo, tenía una semana libre que esperaba no pasarla en la ciudad. 

Después de algunas idas y vueltas finalmente compré mi vuelo a una isla de la Polinesia, otra vez más estaba por poner el pie en esos lugares que jamás hubiese imaginado… hice click en aceptar y ahí estaba… sólo me quedaba poner mis cosas en el bolso, porque en 4 días partía a Samoa.

Un día llegué a Samoa

Llegué domingo a la noche al aeropuerto internacional de Faleolo, bajo del avión y me pega una brisa calurosa en la cara. Tuve un flashback en ese momento de cuando tuve la chance de conocer Hawaii, estaba con mis calzas y mi pañuelo en el cuello y como aquella vez hace unos años, moría de calor!! Jaja.

Mi vuelo se había retrasado, tenía que buscar mi mochila y mientras esperaba por ella de fondo sonaba un grupo de samoanos. Mientras observaba como la gente no la estaba pasando bien debido al calor, era un mar de transpiración y si yo estaba abrigada y sofocada más temía por la salud de una señora que llevaba un suéter de piel de peluche, sinceramente no quería estar en su lugar.

Después de ver llegar mi liviano equipaje (primera vez en la vida que viajaba tan light)  me acerqué a una ventanilla para cambiar 500 nzd por 856 talas, quería hacerlo rápido porque tenía alguien esperándome para llevarme a mi hospedaje, bueno o eso creí. El día anterior a dejar Auckland había hecho una reserva en Tatiana motel, y había además arreglado un transfer por 25 talas (la mujer del hospedaje me dijo “si si ahí va a estar “x” persona esperándote, yo ahora le digo…”). 

La cuestión es que llego y no había nadie esperando por mi persona, pensé que era porque mi vuelo había llegado más tarde no sé. En fin, me tuve que tomar un taxi por 50 talas (arreglen siempre el precio antes de subirse.. suelen cobrar 60 ó 70 talas) hasta Apia. Los transfers o autobuses no funcionan durante el fin de semana, y cuando funcionan tampoco tienen un horario exacto. O sea, sabrá Dios a qué hora vas a llegar a destino.

Fales de Samoa

Le pregunto al taxista, uno de los tantos que me había atosigado apenas puse un pie en la entrada, cuánto tiempo me iba a llevar hasta Apia (el centro), y me dice: “1 hora”… yo: “Qué? 1 hora?” Pensaba entre mi: “esto es por no informarme demasiado antes de venir” jaja. Tengo que confesar que me estaba dando un poco de miedo saber que iba a estar una hora en un taxi en un camino donde apenas podía ver algunas luces. 

A medida que íbamos charlando me relajaba un poco más, no parecía haber algo sobre qué temer. En un momento hace una parada nada más ni nada menos que en su casa, no estaba entendiendo bien. Se acerca una señora que me saluda por fuera del auto y a los pocos segundos se sube al taxi, me da la mano y me empieza a preguntar amablemente de dónde era, qué hacía, si venía sola y demás… terminó siendo una divina la señora! 

Cuando les había contado que en el avión no me habían dado de comer y que tenía hambre paramos en una tienda para que pueda comprar algo. Camino al motel me decía que si necesitaba cualquier cosa que no dude en llamarla que ella me iba a ayudar, me lo repitió muchas veces y me dio su número de teléfono.

Llegué a Tatiana Motel y me quería ir de ahí! jaja. No había nadie, yo pensé que iba a estar en una habitación con otras personas al menos para sociabilizar. Pregunto por la clave de wifi y no… no había internet, era yo y mi alma. 

No dormí muy bien esa noche… me levanté a la mañana a desayunar, el desayuno bastante bien pero la gente no parecía muy amable, no los del lugar sino los viajeros, raro no? Tengo que decir que fue la primera vez que experimenté la “no sociabilidad de los viajeros”. Otra vez pensaba entre mi: “tal vez no fue una buena idea venir sola” jajaj! Hasta que al fin entablé conversación con un chico… (después que su novia dejara la mesa) y pensé: “bueno esto puede mejorar evidentemente”.

Agarré mi mochila y salí a la calurosa mañana de Apia para tomarme el bus hasta el puerto para ir a Savaii, la otra isla. Me hubiese gustado hospedarme en otro lugar más cerca del aeropuerto, en internet no había encontrado nada pero sí hay aparentemente, según lo que me dijeron otros viajeros luego. La razón para hospedarme más cerca del aeropuerto es no tener que viajar otra vez una hora, ya que la estación de ferry y el aeropuerto están casi pegados.

Wooden Bus Samoa 

Viajar en Wooden Bus (Bus de madera)

Era mi primer experiencia en el “wooden bus” de Samoa y me estaba divirtiendo por demás sólo de observar tanto lo que pasaba dentro como lo que pasaba fuera. Me senté del lado de la ventanilla, y respiraba felicidad en ese día soleado y bastante caluroso, de fondo había una música alegre, con ese sonido que te hace realmente dar cuenta que estás en una isla. 

Subía y bajaba gente, si el bus se llenaba y había gente atrás de todo que tenía que bajar, bajaban todos y luego volvían a subir, con una paciencia… nadie se quejaba, era ese ritmo que ya me estaba gustando, lo estaba disfrutando después de venir de dos meses “ajetreados” en Nueva Zelanda.

Bajé en la estación de ferry con mi mochila y comencé a hablar con dos chicos americanos que también venían en el bus conmigo. Fuimos directo a comprar los tickets para cruzar al otro lado de la isla y como teníamos tiempo suficiente hasta que se haga la hora de salir compramos algo para comer y agua en un kiosko y nos sentamos en una de las mesas. La conversación no pasaba de lo típico cuando te conoces con alguien, de dónde sos, qué hacés, cuánto tiempo estás viajando, etc etc pero por lo menos me sentía un poco acompañada.

El ferry tomó una hora en llegar. En ese tiempo di algunas vueltas, subí y bajé, observé el paisaje mientras me pegaba esa linda brisa en la cara. Y me gustaba saber que tenía los pies sobre la tierra.

Me preguntaba a quién o quiénes iba a conocer en esta isla… y se me acerca un hombre mayor a hablar, su nombre era Tui, samoano y de Savai’i… hablamos de todo un poco, y al final de la conversación me dice que si necesitaba quedarme en algún lugar o por cualquier cosa que lo busque, entre mi pensaba “Ok, cómo te encuentro” y me dice, así como si me hubiese leído la mente: “sólo preguntá por mi cuando estés en Savaii y la gente te va a decir dónde vivo”. Y le digo: si yo pregunto “dónde vive Tui?” La gente te conoce y me va a llevar a tu casa? A lo que me responde: “Sí, así es…”

Samoa el paraíso de lo humano

 

Él es Tui 🙂

Llevaba menos de 24hs en Samoa y la mezcla de felicidad sumada la curiosidad con adrenalina por lo impredecible no dejaba de recorrerme el cuerpo… estaba en “island mode”, me sentía desconectada de todo y los segundos valían oro porque cada uno de ellos traía algo nuevo a este viaje 🙂

Si querés ver un resumen de mi viaje en video podes hacer click acá y también te invito a leer mis consejos para viajar a Samoa.

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Daiana Fernandez

Daiana Fernandez

Argentina viajera y nómada de alma desde 1989.
Slow Traveler, me gusta viajar lento y tomarme mi tiempo para conocer una cultura nueva. Acuariana apasionada por la fotografía, la escritura y el storytelling.

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