Extraño casa, extraño la ciudad, extraño Auckland. Extraño ser una extraña, caminar por las calles con extraños. Extraño…
Hace dos meses que dejé lo que parecía “una vida estable” aunque estaba en pleno viaje, sí un poco raro. Dejé mi trabajo en la oficina, dejé de llevar mi paraguas colgado en mi brazo, mi portafolios. Dejé de escuchar el sonido del semáforo cada vez que cruzaba la calle. Hace dos meses que no escucho la misma melodía de quien tocaba el saxofón entre Queen y Customs St. A veces me preguntaba si no tenía otro repertorio. Igual prefería oír lo mismo a dejar de hacerlo para siempre. Me pregunto ahora si ha cambiado. Eso extraño.
A veces siento que estoy en una búsqueda constante, de algo que no sé que es. A veces pienso que me mueve el miedo, a veces pienso que me mueve la curiosidad. A veces… no sé.
Me gusta el anonimato, tal vez por eso disfruto las ciudades. Puedo observar sin que me observen. Puedo moverme en las multitudes sin hablar. Me encanta la mezcla de playa y ciudad, me gustan las opciones, me canso rápido pero todos los días algo nuevo me asombra, todos los días algo nuevo aprendo, todos los días alguien nuevo conozco.
Extraño esa ciudad que “nadie” extraña, o al menos muy pocos. No sentí el “proceso de adaptación” siempre me sentí en casa, esa sensación de “acá me quedo”. Y lo hice mientras pude, hasta que algo de todo eso no se sentía bien. Aún no exploraba otra parte, otra vida, otro estilo. No me conformaba con cargarme la mochila al hombro algún que otro fin de semana. No quería experimentar la sensación de libertad de a ratos, quería y quiero sentirme libre siempre, cada minuto. No sé, realmente me pregunto si eso existe… esa libertad constante.
A veces me enamoro de ciertos sitios de una forma profunda, de esa forma en la que no te podes ver sin esa persona al lado? Bueno a mi me pasan con algunos lugares. Puedo estar más o menos tiempo pero no es eso, es cómo me siento ahí.
Me pasó con Seattle… y es que entre Auckland y Seattle siento una conexión. Encuentro muchas similitudes, aunque todavía la ciudad más poblada de Nueva Zelanda no logra superar ese grado de cercanía que tengo con la ciudad de la lluvia y probablemente jamás lo haga, igual la extraño.
Cuando llegué a Nueva Zelanda en mayo, sentía que todo iba tan rápido, tanta gente, tantas oportunidades, todo junto que lo disfrutaba y por momentos deseaba frenar pero no sabía cómo. Finalmente tuve el departamento que quería, el trabajo que creo que quería, un estilo de vida que no estaba nada mal… pero a medida que los meses pasaban, las aguas se calmaban y algo me estaba sacudiendo de nuevo, oh no… wanderlust!